viernes, 16 de diciembre de 2011

PREGÓN CABALGATA DE REYES MAGOS DE HIGUERA DE LA SIERRA 2012


Cartel del Pregón


PRESENTACIÓN

¡Qué mal lo pasé el año pasado y qué tranquilo estoy ahora!
1953. Nace José Manuel en Higuera de la Sierra, en la calle del Alto, antes General Mola.
Su vida de niño se desarrolla en San Antonio. Ya por 1963 va –o lo llevan- de interno a Huelva. Vuelve en vacaciones de verano y en Navidad, como el turrón. Se reúne con los amigos, monta el belén y disfruta con la cabalgata.
Lo malo es que, cuando era más niño, le asustaban los cohetes. Lloraba mucho y la madre lo acurrucaba. (El niño no era valenciano). Recuerda muchos caballos, mucha gente por la calle. Recuerda los repartos de juguetes en el Paseo y a don Inocencio, el cura.
Entonces los chiquillos jugaban en grupo, y no en solitario, como hacen ahora con los juegos electrónicos. Se jugaba a la “cadena”, “el zorrio”, “al cielo voy”…
El barrio era como una familia. Todos vivían apoyándose los unos a los otros. Su madre iba a lavar a la huerta de Paca y Felipe, allí, cerca de los colegios, en la calle que ahora se llama de las Tobas… Recuerda el olor que daban los higos de una higuera enorme, el manantial de agua, la alberca, la vegetación. Aquello era un vergel, un rincón paradisíaco.
Y las matanzas caseras en plena calle. Los chiquillos terminaban con las caras pintadas de sangre, como los indios. Y su tío Martín Mena… Familia emparentada con los Fal y con el artista Sebastián Santos…
Nunca intervino en la cabalgata, porque le gustaba la fotografía, su gran pasión de siempre. “Si me integro en la cabalgata –pensaba-, no podré fotografiarla. Prefiero verla desde fuera y así la podré fotografiar”. Su padre tuvo una cámara de fotos ya en tiempos de la guerra. Recuerda aquellos flases cuyas bombillas había que reponer. Bombilla usada, bombilla tirada. Iba dejando un reguero de bombillas mezcladas con los caramelos. Tenía 13 años. Sus aficiones nacieron en plena adolescencia y juventud.
De su casa al colegio del Cerrillo, donde ahora el Mercado, y donde aprendió las primeras letras, tenía un recorrido cargado de emociones. Visitaba la fábrica de tapones, donde ahora mi casa y donde trabajaba el director de la Banda de Higuera, José Luis Romero.
Por cierto, que su padre fue, también, director de la Banda de Higuera. Cuando el niño José Manuel vino al mundo, su padre estaba dando un concierto en Cala. Le dieron la noticia, dejó al subdirector y se vino a toda prisa.
Subiendo por la calleja del Cerrillo, cogía caracoles que luego entregaba a su madre para cocinarlos. De la fragua de Angelillo cogía restos de hierros que luego cambiaba por chucherías y juguetes a un hombre que venía todas las semanas con su burrillo desde Aracena para vender cosas, conocido como el “tío la suela”.
A sus maestros de entonces los recuerda como una mezcla de padres, sicólogos, enfermeros, gentes maravillosas que para subsistir, se empleaban por las tardes dando clases particulares.
Recuerda cuando en los años 70 llegó el agua potable al pueblo. Recuerda las calles levantadas. Curioso, pero antes que el agua, había llegado una tele al bar de Antonio el canario, donde los chavales veían las películas infantiles.
Estudió Magisterio en Sevilla y luego, Filología.
De las fiestas de San Antonio, recuerda unas sangrías más familiares, con las mesitas puestas a la puerta de las casas y sin charangas. Ahora cree, y yo también, que se está desvirtuando un poco el espíritu y, sobre todo, la estética de la fiesta y que nos invade un excesivo espíritu botellonero.
Vivió en la carretera y de allí su vecindad y amistad con la familia Manolete. Es curioso el galimatías que formamos cuando hablamos José Manuel y yo sobre esta familia. Cuando dice Manolete, yo pienso en el hijo, el del bar, y él me está hablando del padre, el del bar de entonces. Cuando dice Manolito, se refiere al que yo conozco como Manolete, el hijo, y para mí Manolito es el hijo de Manolete y que está en Cataluña…
Vivió en Triana y luego se fue a dar clases a Utrera (Trajano). Lengua y literatura.
Motero desde los 12 años, enseñado por su padre, pero motero civilizado, de los que recorre las carreteras en solitario, no en tropel mal educado. Y une sus dos aficiones: la fotografía y el motorismo. Así conoce las sierras de Andalucía y hace reportajes para ABC. Del que ahora es corresponsal en Utrera. Sus grandes aficiones, heredadas de su padre: la fotografía y el motorismo… La música se quedó algo descolgada…
Desde Utrera, añora mucho la sierra, porque aquello es una mezcla de desierto y marismas… Y no tiene donde subirse para ver el horizonte.
Considera a los serranos en general y a los higuereños en particular, gente hospitalaria y con buen sentido del humor y piensa, cuando se jubile, retornar a su casa del Cerrillo y quedarse ahí para siempre.
Cree que Higuera es el pueblo de la Cabalgata, Cabalgata que no desaparecerá nunca porque es un fenómeno hereditario.
Ahora, José Manuel nos anunciará que nuestra Cabalgata volverá a ser realidad y milagro el próximo día 5 de enero. José Manuel, tuya es la palabra, el atril y la ilusión de tu pueblo.
Muchas gracias.
JOAQUÍN ARBIDE







PREGÓN DE LA CABALGATA DE REYES MAGOS DE HIGUERA DE LA SIERRA 2012

A modo de introducción, me vais a permitir que os cuente que tenía tantas ganas de volver a mi pueblo, que lo primero que he hecho esta mañana ha sido subir a La Carpintera, como cuando era niño, para coger hojas de castaño, atravesarlas con alambre y hacer los ciriales de Nochebuena. ¿Te acuerdas Pepín?. Tu tío Román, remataba los ciriales con castañas que se tostaban mientras quemábamos aquellos matojos de hojas en San Antonio haciendo círculos de fuego. Él fue el inventor de los “espetos” de castañas asadas en las candelas de Nochebuena. ¡Qué ricas! ¡Niños! ¿Tenéis preparados ya vuestros ciriales?


Autoridades, señor cura párroco, miembros de la Asociación Cultural y Social Cabalgata, familiares, amigos y paisanos. Quiero agradecer a todos, vuestra presencia en este encuentro, ya tradicional del pregón, y muy especialmente a la Asociación de Reyes que me ha propuesto para esta tarea. Para mí es un orgullo afrontarla, al tiempo que representa una gran responsabilidad, al anunciar una tradición ya casi centenaria. Gracias a mi mujer, María José, y a mis dos hijos, Álvaro y José Manuel, por su apoyo en este trabajo, sin ellos hubiese sido imposible su puesta en escena. Muchas gracias al director de la banda, Matías, y a sus músicos, por su imprescindible aportación en este acto, así como al presentador, Joaquín Arbide, que, ha abierto la antesala de la Cabalgata, con una cariñosa semblanza de mi persona y del trabajo realizado, aunque, de esto último, tendremos que debatir después en privado. Porque, como higuereño, me gusta hablar de la fiesta de Reyes, ensalzarla a los cuatro vientos, pero yo no soy su pregonero. El pregón lo pronuncia cada año la misma Cabalgata de Higuera cuando sale, con su autoría compartida, su singular puesta en escena, la quietud de la representación, la ilusión y la entrega de todo un pueblo…Hoy aquí, yo sólo soy su portavoz.

-Recuerdos de infancia

Higuera.


Filigrana de murtas y romero,
de lentiscos, madroños y retamas,
que acaricias con música de invierno,
los rincones de cal, entre las casas.

Preparas los belenes alfareros,
los heraldos, las plumas, las bengalas,
y forjas el camino de los sueños
que conducen sin prisa hasta mi alma.

¡Que se pare la máquina del tiempo,
y se enciendan las luces de la magia!
¡Que se acerque despacio hasta mi pueblo,
la luminosa estrella que cabalga!

Este bendito caserío serrano acunado a los pies de Santa Bárbara, que blanquea refulgente de cal y de geranios, es el pueblo de mis amores. Aquí, nací y tuve el privilegio de dar mis primeros pasos, junto a mi familia y amigos. Un lugar rebosante de naturaleza que sirvió de escenario a una etapa eterna de mi niñez, con episodios felices que se grabaron a golpe de juegos, y que marcaron mi alma para siempre. La era de Romanín, el Albercón, la huerta de Paca, el Carrascoso, los Riscos, las Pozas, la calle del Alto, la calle Larga o San Antonio.

Allí, se desarrollaron los juegos más entrañables lejos de las redes sociales y los móviles. Allí, en las noches más largas, pudimos oír los “serenos” cantando las horas a golpe de “chuzo”, mientras que alguna “papamanta” hacía de las suyas. ¡Sólo aquel nombre asustaba a los niños! Más tarde supimos que el misterioso personaje, que se desplazaba con el rostro cubierto para no ser reconocido, rondaba por el domicilio de su amante, en las noches más oscuras.

En aquel barrio de recortables y jícaras de chocolate, comencé a saborear los usos y costumbres populares, participando de las matanzas caseras en la calle, con un ritual de sangre y fuego; en las fiestas de San Antonio, donde la popular “sangría” daba sus primeros pasos, y en las tradiciones navideñas, como los campanilleros, los belenes y las candelas de Nochebuena.

-¡Corre, corre…que ya han puesto los escaparates!
- ¡Mira, qué mecano!
- ¡Una bicicleta de carreras!
- ¡Un tren eléctrico!… Yo les voy a pedir….

¡Cuántas emociones, mientras nos asomábamos a las ventanas de la tienda de Antonio Ramírez o la Droguería, repletas de juguetes!¡Cuántas noches de insomnio haciendo cábalas sobre el regalo preferido!¡Cuántas dudas sobre los Reyes, sobre la magia de su procedencia!

A principios de los cincuenta, mis primeros recuerdos de Reyes se remontan a unas carrozas sencillas en camionetas como la de la Caldera, en las que colaboraba doña Mercedes, la maestra, acompañadas de un estrepitoso traqueteo de caballos y rugir de cohetes, que causaban pánico entre los más pequeños, y aquel reparto de juguetes en la puerta de la iglesia, después de la Adoración al Niño Jesús que llevaba Don Inocencio, el párroco, entre sus manos.

Que es la noche de Reyes,
duérmete pronto,
ya se oyen sus caballos
bajo los chopos.

Duérmete, hijo, duerme;
cierra los ojos,
que si te ven despierto,
por ser curioso
tus zapatos, al alba,
estarán solos.

Duérmete, hijo, duerme;
cierra los ojos,
que están los Reyes Magos
bajo los chopos.

Pasaron los años, y aquella luz de la Estrella hizo que olvidara el miedo a los cohetes que tiraba Matías, o mejor dicho, que este hombre dejaba salir silbando como cometas enfurecidos que quieren tocar el tambor del cielo. Así, fui abandonando poco a poco los arrullos de mi madre, que me protegía en su regazo de las explosiones y de aquellos relámpagos salpicados de llanto, para asomarme a la noche mágica de la Cabalgata.

A partir de aquel momento, fui testigo directo del mayor despliegue artístico y humano que pueden realizar los hombres para ensalzar su tierra; para ilusionar a un mar de sueños infantiles y provocar sonrisas en las abarcas más tristes de la noche. Sólo Dios sabe cuántas generaciones han pasado por esta sublime experiencia de la Cabalgata en la que, como dice Juan Ramón Jiménez, “sólo el tiempo se detiene para jugar con los niños”.

Más tarde, saboreé el placer de la fotografía, dejando constancia durante muchos años de cada escena y cada personaje del desfile. Recuerdo, que mientras hacía fotos una noche de Reyes, subido con unos amigos en la fuente que se levanta frente a la puerta de José Manuel Ramírez, al pasar la carroza del rey Gaspar, el trono arrastró el cable que unía el balcón con el árbol de Navidad que coronaba el surtidor, cayendo sobre nosotros bombillas, guirnaldas y trozos de maceta. Todos volamos. A mi amiga Petronila, la pobre, se la llevaron con una brecha en la cabeza como recuerdo. Esa noche, los Reyes le llegaron por adelantado.

Después del desfile, ya de madrugada, mientras manteníamos nuestro suave encuentro con Morfeo, los magos abandonaban muy recatados sus emplazamientos, en un silencio absoluto, invisibles para todos, a fin de dejar en nuestros zapatitos aquellos juguetes que entonces eran más modestos que los que se reparten ahora. Se conoce que los “talleres celestiales” no estaban tan tecnificados, pero colmaban nuestras aspiraciones y hacían realidad nuestros sueños.

¡Qué alegría al despertar! No tanto por ver los regalos junto a la copa vacía de aguardiente o de coñac, como por el hecho de que los Magos habían estado allí con toda seguridad. ¡Se nos habían acercado! Lo más difícil era averiguar cómo lo hicieron. Pero, para nosotros tenía fácil explicación, ya que éramos niños, y los Reyes eran magos, y podían abrir todas las puertas y traspasar todos los muros, entrando por donde quisieran.

Sin embargo, a algunos chiquillos de mi pueblo les faltaba entonces lo que en la actualidad les sobra a muchos. Niños que carecían de ropa para abrigarse, de botas para sortear la lluvia, de cuentos infantiles, de juguetes. Eran años de escasez. De ello dejó constancia Miguel Hernández en unos versos de voz infantil, quebrada por la rabia, la desilusión y la desesperanza de cada 6 de enero, de cada zapato vacío:

“Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas…”.

Y mientras decimos esto, algún niño probablemente se estará preguntando dónde están sus padres, en qué lugar se podrá alojar esta noche o qué podrá llevarse a la boca, antes de dormirse. Un indigente estará buscando abrigo durante la madrugada más fría, mientras que un anciano, pedirá algo de calor, un poco de atención familiar que lo aleje durante unas horas del horrible monstruo de la soledad.



-Los que se fueron.

Antes de adentrarme en la mayor creación artística de este enclave serrano, que lo identifica y ensalza como Pueblo de Reyes, quisiera rendir un pequeño homenaje a los artífices de la Cabalgata, a los fabricantes de sueños con los que mantuve especiales lazos de amistad, y se fueron para siempre dejando su impronta en el desfile. Todos ellos forman parte de mis recuerdos más queridos, de los que dejan profunda huella en el corazón.

Y así, con su pelliza de cuello de zorro y puro entre los dientes, aparece ante mí el fundador, Don Domingo Fal, el hombre que hizo ciertamente distinta la historia de Higuera. El interés de este médico, soñador y poeta, siempre fue hacer llegar la ilusión a sus paisanos más pequeños, sobre todo a los más necesitados, a los de los hogares más humildes. “Ayudar a los niños pobres- repitió en muchas ocasiones a sus colaboradores- es lo que nos hace ricos”.

Otro de los personajes fundamentales de esta historia, fue su sucesor, don Francisco Girón, que, cuando murió su tío Domingo, como le llamaba cariñosamente, cogió el testigo de la Cabalgata, además de ser el organizador, junto con Miguel Báez Litri, Diego Puerta, -quien nos dejó para siempre hace unos días-, del conocido festival taurino de la Sierra, ¡otro gran espectáculo!, cuyos fondos han hecho posible la salida de los Reyes durante años, además de la construcción del Hogar Virgen del Prado, que fue su gran obra.

Me vais a permitir que haga también mención a Clara Sierra, mi prima, la presidenta de la Asociación Cabalgata que nos dejó en el año 2.003 siendo aún joven. Tanto entusiasmo como ella demostró por su pueblo y sus Reyes es difícil acumular en una sola persona. También nombrar a Francisco Durán Ortega, Curro, un aracenense que se enamoró de Higuera, y se convirtió en uno de sus hijos adoptivos, organizando durante muchos años la Cabalgata, en la que no dejó de salir hasta su muerte. A Sebastián García, el artista autodidacta que modeló tantos escenarios, cortando, diseñando y poniendo su nota de humor en aquellas veladas de preparativos. A José Manuel Ramírez, creador del baile de los Reyes y primer paje de la Cabalgata. A José Luis Romero Hernández, excelente trompetista y maestro ejemplar de tantos músicos que acompañaron a los Reyes. En su entierro, hace escasos meses, la banda de Higuera le rindió el mejor de los homenajes tocando varias piezas delante de su féretro. Y cómo no a Manuel Ordóñez Sánchez, el primer pregonero de la Cabalgata, gran poeta y mejor amigo, que antes de marcharse para siempre se confabuló con Calíope, para dejarnos emocionantes versos de la festividad.

“Algo aviva y enardece
a las dormidas ideas
en el devenir tranquilo
de nuestra pina ladera.

Algo importante en las almas
y en las mentes se proyecta;
algo se fragua en el ámbito
sosegado de la sierra…”

“ …Un soplo de inspiración
poética se nos entra
por los resquicios del alma
y el oquedal de la sierra.

Algo grande cada enero
por el corazón se cuela:
duendecillos que se suben
traviesos por la cabeza,
juegan con el corazón
y a nuestras manos adiestran
en el arte de tejer
-con mayúsculas- bellezas
que derrochamos después,
con ilusión por Higuera”.

En este capítulo, quiero tener un recuerdo especial para mis padres, Felipe y Juliana, que estaban tan enamorados de su tierra que nunca quisieron separarse de ella. Siempre se mantuvieron muy unidos, hasta el último momento, y constituyeron un ejemplo de amor y dedicación para sus hijos y nietos, además de dejar una legión de amigos en el camino, antes de marcharse. De su amor al pueblo y a sus tradiciones, dejaron constancia con su participaron en la Cabalgata. Mi padre, como uno de los directores de la banda, mi madre como Estrella de Oriente. Estoy convencido de que por los resquicios del cielo nos estarán mirando y se sentirán orgullosos de ver cómo su pueblo prepara una nueva edición del desfile, y allí mismo, se dispondrán a sacar los turrones y a abrir las ventanas para que se oigan en la carretera los discos de villancicos, mientras colocan las luces que alumbrarán el camino. Y se acicalan sin prisas para acompañarnos con un mar de recuerdos en el corazón.




-El Evangelio, según Higuera

Contaba Francisco Girón, que la Cabalgata es una explosión de amor a nuestro pueblo, a nuestra comarca y a todos los que nos visitan esa noche. Es un acto sencillo y a la vez sublime de servicio a los demás. Un ponerse de rodillas olvidándonos de nuestro propio yo, ante el corazón ansioso de ilusiones, de niños y mayores. Es asomarse a lo más hondo del alma y abrir una sonrisa de felicidad indefinible que será siempre recordada. Es despertar a un viejecito en la residencia, cogerle la mano con cariño y decirle ¡Soy el Rey Mago!, y ver emocionado cómo su mirada se hace de niño mientras abraza tus manos, repitiendo con voz entrecortada ¡Rey Mago! ¡Rey Mago!

La Cabalgata de Higuera son los compases más ricos de su música, los que la hacen única, al encarnar en sus personajes la historia más bella que pudo contarse: Un Dios que se hace hombre en el seno virginal de una joven llamada María, prometida de José. Un ángel le anuncia la buena noticia: ¡Alégrate mujer, la llena de gracia…El espíritu de Dios te cubrirá con su sombra, concebirás en tu seno y darás a luz un niño, que será llamado Emmanuel!. María se turba y dice temblorosa: ¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra! Y Dios se hizo hombre en Higuera, en la carroza de la Anunciación.

“Bajó del cielo un arcángel,
y haciéndole reverencia,
Dios te salve, le decía,
María, de gracia llena.
Admirada está la Virgen
cuando al Sí de su respuesta
tomó el Verbo carne humana,
y salió el sol de la estrella”

Y aquí comienza todo, aquí empieza a desfilar delante de nuestros ojos de este 10 de diciembre la cabalgata imaginaria de la ilusión, hecha de vivencias, de sentimientos, de retazos de recuerdos, de los míos y de muchos de mi generación; con el asentimiento de María, con su valiente decisión, comienza el evangelio según Higuera, y se difunde el mensaje de este pueblo al mundo.

¡Ya asoma la primera carroza por la carretera! De lejos vemos a María, una joven y hermosa nazarena en la escena de “La Visitación”, y se encamina presurosa, -como aparece en el cuadro de Rafael Sanzio,-, a casa de su prima Isabel, que ha concebido en su vejez a un niño, Juan el Bautista, que va a ser el precursor del Mesías. Isabel le saluda gritando la frase que iba a hacer historia ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! Los intérpretes que personifican este pasaje se estremecen, sus ojos brillan, y sus cuerpos, pese al estatismo de la escena y al frío que soportan, transmiten un mensaje de amor.

“Ya el piafar de los caballos rompe el nocturno silencio,
y al son de roncas trompetas abre su marcha el cortejo”.

La comitiva, al llegar a Casa Carmona, atraviesa un mar de gorros y bufandas, entre sonrisas relucientes de emoción y miradas llorosas, que se centran en el burrito manso de “La huida a Egipto”. El animal, de “carne y hueso”, con la Virgen y el Niño en su lomo, se mantiene estático pese a las arrancadas del camión que lo transporta, y, con Juana de Ibarbourou, podemos decir:

“¡Dulce borriquito, todo mansedumbre!:
nunca en tus pupilas asomó el vislumbre
más fugaz y leve del orgullo atroz;
y eso que una noche sin luna ni estrellas
por largos caminos dejaste tus huellas
¡llevando la carga sagrada de un Dios!”.

Le sigue otro gran cuadro de la cabalgata, otro retazo del evangelio según Higuera, la “Presentación de Jesús en el Templo”. Según la ley de Moisés llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. El sumo sacerdote Simeón levanta en los brazos a Jesús, mientras la Virgen lleva dos palomas para el ofrecimiento. El pintor holandés Rembrandt se acercó aquella noche hasta Higuera y ayudó a Vicente Santos a montar su carroza. ¡Tienes que insistir en los contrastes de luces y sombras de la escena!, le decía, ¡Que se sienta la luz que tiembla, el calor y la respiración de los seres vivos!

“¡Qué bonita está la Higuera/ en esta noche de enero!”

En la carroza del “Niño Jesús y San Juan” estaba otro artista aquella noche, Bartolomé Esteban Murillo, que había colocado a los dos pequeños a orillas del río Jordán, eligiendo el instante en el que el Niño Jesús ofrece la concha a su primo y le da de beber. En primer plano, un borreguito contempla la escena, mientras que en la parte superior del camión tres ángeles con alas de papel aparecen difuminados por la bruma de la noche. Allí, estaba el pintor sevillano, componiendo a los “Niños de la Concha” con sorprendentes luces y sombras, entre los “efectos vaporosos” de algodón, que recuerdan las mejores pinceladas de la Cabalgata.

“Pastorcillas y zagalas, villancicos y panderos,
y las carrozas que pasan como trocitos de cielo”.

Detrás llega el portal. Vemos un niño, un niño muy pequeño. ¡Cuánta escarcha! ¡Qué de hielo!. ¿Será o no verdad esta página del trayecto? En un pobre establo, con el calor de un burro y varias gallinas, aparece la Virgen con su Hijo que acaba de nacer en Belén recibiendo la adoración de los ángeles y los pastores. Apenas lleva un foco de silencio. El “Nacimiento”. ¡Una carroza desnuda para que resplandezca más el amor! Una deliciosa pieza llena de emoción, ternura y viveza, mientras, despacito, el camionero, vigilante de la marcha desde su cabina, ayuda a propagar el mensaje divino.

“Cabalgata de alegría, de ilusiones y de ensueño;
esperanza de los niños y añoranza de los viejos”

Acompañando al Nacimiento, nunca faltaron los pastores y zagalas y nuestra cabalgata imaginaria no podría ser menos. Así un año, el rebaño de ovejas de Curro, tirado por un macho, esperaba su turno para incorporarse al desfile detrás de la carroza. Junto a los animales, estaban Demetrio, Manolo Manzano y Francisco Girón ataviados de zagales. Al estallar el cohete anunciador del cortejo, las ovejas dieron un “jarreón” y casi terminan en la sierra, pero la destreza de los pastores consiguió agruparlas de nuevo. Dicen que en la estampida se perdió un ovino, y que se lo encontraron días más tarde formando parte de un guiso. ¡Otra leyenda de la Cabalgata!.

“¡Qué bonito está mi pueblo, en esta noche de enero!”

Mientras las bandas de música de Aracena, Jabugo, Zufre, Zalamea o Guillena esperan impacientes su entrada en el cortejo, “La nana del Niño Jesús” ya desfila por la puerta de Manolete. Estamos ante el pórtico de la casa de Nazaret, donde María aparece sentada en un rústico asiento durmiendo al Niño Jesús, al que mece entre sus brazos cantándole una canción de cuna, una tierna composición con versos de José Luis Hidalgo.

“Oye, hijo mío, oye
oye la nana.

Te llenaré la cuna
de rosas blancas
que así vendrán los ángeles
de lindas alas.

Te compraré un caballo
de crines blancas
para llevarte al río
a ver las aguas.

Te alcanzaré la luna,
la luna blanca,
para que cuando duermas
bese tu cara...”


La cabalgata llega a la pina cuesta de Manuela Moreno, ante la expectante muchedumbre pasa la “Infancia de Jesús”, carroza donde la Virgen contempla desde una ventana el juego de los niños. Jesús se encuentra en el corro que forman ángeles y pastores cogidos de la mano, luciendo los diseños de Pura y Ana Rincón y el ingenio de María del Prado. “Aquel Niño crecía y crecía en gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres”. A medida que el camión avanza, amaina el murmullo del gentío que se calla un momento para contemplar la escena. “¡Esto no lo he visto nunca!” exclamaban unos; mientras otros, animaban y aplaudían a los personajes estáticos que tiritaban de frío con la mirada fija y los músculos en tensión.

“…Pétreos los cuerpos,
tensos los músculos
y viva la expresión que comunica,
muda, la Historia.
Biblia hecha retablo...”

Detrás, guardando las distancias y próxima a las Cuatro Esquinas, desfila el “Taller de Nazaret”, una hermosa carroza que Manolito transformó en un hogar de carpintero. Montó un cuadro con el ambiente de placidez cotidiana que vive una familia de artesanos pobres, creado por Murillo; los serruchos y las virutas que plasmó Jacinto de Espinosa en su lienzo; la mirada bondadosa de San José hacia el Niño, de José Ribera, y el realismo “casi documental” del taller de carpintero, pintado por Orrente. ¡Una obra maestra! Otra vez Higuera y el arte, otra vez los cuadros y la vida, arte, vida, calle, pintura y pueblo.

En este dificultoso cruce de calles, y vamos por las Cuatro Esquinas, los camioneros se convierten en los protagonistas de la Cabalgata, al igual que en otros puntos del recorrido como en la cuesta Virgen del Prado, la calle La Fuente, o en las esquinas de San Sebastián y El Paseo… (más de mil conductores de ilusiones han transportado el evangelio según Higuera a lo largo de los años).Ellos son los que despacito, van llevando como costaleros, los misterios representados en cada carroza, en cada paso navideño, con la misma delicadeza, con la misma atención, despacio, derecho, con mucho temple, con el mismo cariño que los portadores de Semana Santa.

Detrás, a pie, animando a la comitiva y al público, a son de gaita, tamboril y castañuelas, desfilan los Danzantes de Hinojales, quienes salieron dos años seguidos en la Cabalgata de Higuera en la década de los setenta, y sorprendieron al visitante con sus pasos y figuras medievales. Bombachos azules, borlones de colores, boleros sujetos por un cinturón rojo y gorro floreado de pico. Bailan la “lanza” de Nuestra Señora de la Tórtola, manifestación cultural de origen celta, con privilegio en las procesiones. Otra tradición que se conserva intacta a través de los siglos, y que se sumó a nuestra fiesta de Reyes.

Les sigue la carroza “Paz en la Tierra”. A las puertas de una humilde casa en las afueras de Belén se encuentra una familia preparando la comida y como son muy pobres y carecen de todo, unos ángeles forjados en la mismísima escuela de Alonso Miguel de Tovar, llegan a la vivienda llevándoles ropas, comidas, golosinas y juguetes para los niños. Un puchero de barro espera vacío en la chimenea humeante que preparó Sebastián García. La carroza, vestida de romero y madroño, desfila por El Paseo con sencillez, como el alma de sus moradores.

“¡Qué inmensamente bonito/ está esta noche mi pueblo
luce sus mejores galas/ y un limpio azul en su cielo!”

Y una nueva carroza, “El Niño perdido y hallado en el templo” sorprende al espectador, aún después de dos horas de camino. La escena diseñada por Javier, siguiendo el fresco renacentista de Giotto, recoge al Niño sentado en el templo en medio de los doctores, donde lo encontraron al cabo de tres días, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, quedaron estupefactos por sus respuestas. Como Higuera que muestra su capacidad de sorprender a propios y extraños en un compromiso no escrito, que los artífices de la Cabalgata de cada año, mantienen con su pueblo.

Cierra nuestro cortejo imaginario de estampas bíblicas, “Ya amanece en Belén”, un cuadro desbordante de naturaleza, diseñado por Clara, con diversidad de florecillas silvestres, vistosas y lozanas: lirios reales, rosas albarderas y blancas orilleras, que aparecen como restos de una nevada en la sierra de Santa Bárbara. ¿Serían así los lugares de Belén donde Jesús vino al mundo, donde los pastores andaban con sus rebaños cuando recibieron la noticia? ¿Será este paraje de la sierra el que inspira a todo higuereño para lograr una Cabalgata única, donde la naturaleza se hace protagonista con voz propia?

-¡Madre!, ¡Madre, ya vienen los Reyes!

Tres camellos cargados de juguetes abren con paso lento el camino a los magos.

-¿Cómo?, ¿camellos en Higuera?
-Sí, camellos.
-Pero serán camellos de cartón.
-No, no. Camellos de verdad.

No sé de dónde habrían venido. Probablemente de un circo o de una reserva animal. Dicen que de la Isla. Pero lo cierto es que había camellos en Higuera, como en aquella cabalgata auténtica en que los Reyes Magos acudieron a visitar al Niño, en el pesebre de Belén.

Llega la algarabía de chiquillos al Paseo. "¡Ya vienen los Reyes, madre! ¿Verdad que vienen del cielo?" Las refulgentes carrozas con Melchor, Gaspar y Baltasar hacen su entrada en la plaza del pueblo, tirando golosinas y caramelos. Miles a lo largo del recorrido. Hablan de 3.000 kilos. Una cohorte de servidores acompaña a los personajes reales ¡Qué hermosas muchachas!¡Qué apuestos zagales! ¡Tú vistes de esclava! ¡Yo vengo de paje! La estrella ilumina el camino con sus galas de seda. Los cohetes lo celebran con truenos. ¡Aquello parece Calanda! Y la música de los campanilleros, de las bandas, de las bengalas, de los niños, de los corazones. A la cita, no podían faltar los presentes de los Magos. Oro, como rey; incienso, como Dios, y mirra, como hombre.

Allí, en medio del Paseo, junto a un establo de pintura velazqueña dormitaba el Niño que nació pobre, entre el fuerte claroscuro de la nieve y la noche. Allí, llegaron todos para adorarlo. Las rodillas de los reyes entumecidas por el frío de la Cabalgata, se hincaron en la tierra y las cabezas se despojaron de sus coronas para ponerlas a los pies del que siendo Rey de Reyes, venía al mundo sin corona, sin mantos, sin servidores, sin cuna que recogiese su cuerpo y sin ropas que lo abrigasen. Y todos, de hinojos, lo adoraron ante un humilde pesebre.

Mientras los magos y los pastores se postran ante el Niño, los burros aguardan junto a la plaza con las angarillas cargadas de juguetes, los que había preparado Amalichi con tanto mimo, al igual que los pajes con caras tiznadas portando hachones, ya casi apagados. -¡Álvaro, hijo, aquel año conseguiste tu sueño encarnando a un hermoso paje! ¿te acuerdas?-También esperan allí el heraldo, con su calzones de terciopelo y sus espuelas de aire; los recios caballos de Ángel Rincón; los artífices de la música,- millares de instrumentistas a los largo de la historia del desfile-, y una muchedumbre de sueños, cientos de sueños infantiles que quieren tocar el cielo de la ilusión, recibiendo algún juguete.

“Derroche de fantasías, de luz, de fe y de anhelos…
Tú mantienes la inocencia de los niños higuereños”.

Y allí, estaba también la Estrella, aquella muchacha de luz radiante y de belleza conmovedora que encarnó a una diosa antigua en los confines del viejo Neptuno ¡Era mi madre! Me miró con cariño, mientras las lágrimas no dejaban de caerle por su cara blanca y sonriente. Su intensa luz alumbró muchos caminos por las cresterías del cielo, condujo a muchas carrozas, y después de guiar a los magos para que llegaran hasta el prodigio de Higuera, como el que ocurrió en Belén, comenzó a alejarse por el Cerrillo en un viaje fugaz hacia Oriente, sin lugar para las despedidas.

Al alba, cuando te vas/ cabalgando entre luceros,
dejas la sierra repleta/ de ilusión y de misterio.

¿Se pueden ver tantos pasajes evangélicos juntos y de forma tan viva como en la Cabalgata?
Sólo los títulos de las carrozas hablan de la espiritualidad que encierra el desfile de Reyes. Y así, Higuera eligió su alegórico cortejo para elevar esa oración sonora durante la noche del 5 de enero, formada por el ruido de la muchedumbre congregada, los gritos de júbilo, las risas de los niños, el tronar de los cohetes, el ruido de los camiones, y los acordes de las bandas de música. La oración de un pueblo pequeñito que quiere ser inmensamente grande.

¿Dónde se pueden vislumbrar tantos valores?
Comentaba el padre Girón en el año 78, que la Cabalgata de Higuera es una catequesis viviente. Una enseñanza de la “verdad” que hemos recibido. Un catecismo de la venida y del pasar haciendo el bien de aquel que había de cambiar el sentido de la Historia. “La Cabalgata de Higuera, dijo, es una catequesis viviente que, en oración, imágenes, fe y vida, hace presentes los primeros capítulos del Evangelio”, éste que hemos descrito, según Higuera.

La Cabalgata también es un hecho de comunicación. La naturalidad y sencillez en las carrozas son las notas dominantes del desfile, que reflejan el carácter del pueblo que lo crea. Higuera de la Sierra se expresa así, con naturalidad, sencillez y realismo, mucho realismo, es el arte de crear con unos elementos tan sencillos y con unos conjuntos tan humanos algo increíblemente artístico cada año, como si una especie de inspiración colectiva se derramara sobre el conjunto del pueblo en estas fechas para situar el color adecuado, la columna imprescindible, la expresión indicada, todo en el sitio justo y en el momento apropiado.

Pero además la Cabalgata es un mensaje de solidaridad. Una vivencia comunitaria. No en vano el cortejo se muestra como creación colectiva de todo un pueblo. Es un mensaje de igualdad entre los hombres. Es una explosión de amor. El poeta indio Rabindranath Tagore, señalaba en uno de sus versos: “Quiero ser cartero del rey para llevar la alegría de puerta en puerta”. La Cabalgata de Higuera es así. Sus protagonistas quieren llevar la alegría a las puertas de tantos corazones que tienen sed de una sonrisa profunda.



-Camino del centenario

Antes de despedirme de este Belén viviente de Higuera, quiero destacar su trascendencia más allá de nuestras fronteras; de cómo un pueblo tan pequeñito con un alma tan grande, se ha subido al unísono en la misma carroza, volcándose en una tradición ejemplar y participando de ella; de cómo el Portal itinerante de la noche y el cielo sigue saliendo cada año y continúa congregando a miles de visitantes, asombrando al mundo con su mensaje.

¿Quién no ha oído hablar de Higuera, como pueblo de Reyes? Una de las características de nuestra entrañable Cabalgata es que ha creado escuela en otros lugares. Una escuela de interpretación. Sus escenas bíblicas son hoy representadas en muchos desfiles de la provincia de Huelva, (Aracena, Zufre, Jabugo…) y en algunos pueblos de Sevilla, como en Guillena, siendo exactas réplicas del desfile higuereño. No en vano, los músicos de estos pueblos, junto a familiares y amigos, se desplazaron durante muchos años hasta nuestro municipio para acompañar el cortejo. Y eso les sirvió de inspiración y guía.

Otra de las proyecciones de la Cabalgata de Higuera en el exterior pudo verse, en el pueblo inglés de Maidenhead, una zona suburbana entre Londres y Reading, cuando en los años 70, los reyes magos llegaron hasta el colegio St. Mary School, entregando juguetes a los hijos de españoles que asistían al centro educativo. La idea surgió de un higuereño que vistiéndose de mago, quiso trasladar nuestra tradición al Reino Unido, un país donde los niños sólo conocían a Father Christmas, el equivalente a Papa Noël, San Nicolás o Santa Claus. Una fiesta como la nuestra, que ha llegado tan lejos, se merece algo especial para el centenario.

Porque, son ya, con la cabalgata que abre sus puertas, 94 años de historia. ¡Y noventa y cuatro años son muchos años! Una cifra que es para alegrarse hondamente y celebrar con alborozo la continuidad de este acontecimiento, que ha ido forjándose gracias al abrazo común, ilusionado y constante de muchas generaciones de higuereños. Cientos de personas, quizás miles, desde la época de Don Domingo hasta la de la Asociación Cabalgata, que se han unido cada año para hacer posible la máxima expresión del sentir de un pueblo, su fiesta de Reyes.

¿Y cómo celebrar esas bodas de no sé qué metal que le corresponde a la Cabalgata en su centenario? Un paso importante es continuar con el festival taurino, que garantice la salida del cortejo y el funcionamiento del Hogar Virgen del Prado. Por dicho festejo, que cuenta con más de cuatro décadas de antigüedad, han pasado las grandes figuras del toreo. ¡Cuántos nuevos valores salieron del centenario coso del Señor! ¡Cuánta generosidad por parte de toreros y ganaderos! ¡Cuántas sonrisas de niños y ancianos han sido posibles gracias a este espectáculo! Allí, el padre Girón, alguacilillo de lujo, estará esperando de nuevo en su palco celestial para entregar las dos orejas y el rabo de la solidaridad.

Otro de los retos, que se puede hacer extensivo a todo un pueblo, es mantener con vida el citado Hogar Virgen del Prado. Decía Francisco Girón que el Hogar, además del apartado económico, que es importante, necesitará siempre de hombres, mujeres y jóvenes que den parte de su tiempo y su generosidad a una casa que si no tiene presencia totalmente desinteresada, plena de miradas acogedoras y de manos solícitas será algo así como una pensión fría, con comida y cama, pero sin corazón. Una entrega que no sólo se debe quedar en la visita anual de los Reyes a la residencia.

En mis entrevistas durante años con los artífices de esta fiesta, algunos ya desaparecidos, he recogido numerosas opiniones, sentimientos y sensaciones al respecto, pero también he aprendido una gran lección a la hora de elegir entre ser espectador y ser protagonista en la noche del 5 de enero. Ser protagonista, supone tener un gozo aventurero, participar en este pequeño teatro de la noche luminosa, en el gran teatro del mundo navideño; hacer felices a los demás, creando algo nuevo, prestando cualquier tipo de colaboración. Y ese debe seguir siendo nuestro proyecto para las próximas Cabalgatas que caminan hacia el centenario: la unión, la solidaridad y el trabajo conjunto, humano y entrañable de todo un pueblo, el de Higuera de la Sierra, al cual agradezco de todo corazón que me haya permitido esta pequeña colaboración, la de mi humilde pregón.
Muchas gracias a todos por atenderme y ¡Felices Fiestas!

Higuera de la Sierra, 10 de diciembre de 2.011

JOSÉ MANUEL BRAZO MENA